domingo, 20 de noviembre de 2011

¡DESPERTEMOS DE UNA VEZ!





El manejo del poder en Venezuela llega a un momento crucial. No sólo por quién lo ejerce, sino como se ejerce.
No fue la llegada de Chávez lo que banalizó la política criolla. Desde mucho antes la política en Venezuela carece de seriedad, de sensatez y de un mínimo de protocolo que sugiera respeto y hasta obediencia en el hecho de gobernar.
Hemos vivido en medio de caminantes, refranes, golosinas, barraganas hasta llegar al éxtasis de la cursilería (y lo soez), dando caña a rancheras, coplas, chistes (muy malos) y cadenas.
En medio de nuestro elocuente folklore político, topamos con el mayor desparpajo: el medalaganismo impertérrito y providencial, que hace de la presidencia y de la política, un botiquín de borracheras y tinglados dizque democráticos o revolucionarios.
A partir de esta absoluta relajación del poder y del caradurismo más irresoluto, nadie rinde cuentas de nada, y peor aún, la clase política de uno y otro lado de la acera, practica denodadamente la tapadera.
Uno no acaba de entender por qué se dan a la tarea de llamarse Partido Socialista Unido, Un nuevo Tiempo, Primero justicia o Acción democrática, Copei, Patria para todos, etc., sin ninguno de ellos enarbola con seriedad y lealtad ideológica y ciudadana, lo que predica.
El común denominador en los partidos políticos Venezolanos es hacerse del poder, para repartir sus privilegios y pactar sus andanzas. La dinámica sigue siendo la doblez y la hipocresía, desde lo cual surge el ‘no te preocupes hermano, vamos hablar, nos sentamos y resolvemos’.
La ausencia valorativa y profundamente ética en el ejercicio de la política, nos ha llevado a un estado de permisividad y de enriquecimiento fácil (impune) a cuenta del Estado, cuyos vicios bañan sin reparo y sin resistencia a toda la sociedad.
En mucho nos comportamos a semejanza de lo que vemos desde el poder. El compadrazgo para exprimir no sólo desde lo público, sino también desde lo privado, nos ha hecho una sociedad creativa y parasitaria más en lo celestino que en lo productivo, por lo que más inventamos como meternos lo ajeno en el bolsillo, que como producirlo honestamente.
A partir de lo dicho, el poder visto y ejecutado de manera disipada, corrupta y galbana, refracta una sociedad igualmente mediocre. Poco a poco todos nos vamos sumergiendo en una densa y pesada lasitud, que nos hace ver incapaces para resistirnos y voltear tanta embriaguez de inmoralidades, dejadeces y harteras. Y es este letargo al que debemos vencer.
El primer paso es elegir bien, elegir adecuada y conscientemente, y darle mi voto de confianza a aquella persona que intitule la dignidad, la educación y el carácter de rigor, para reivindicar la política en nuestro país, y conducirnos a todos, primeramente, a la recuperación de los esquemas grupales morales, éticos y valorativos.
Después vendrá lo demás: la productividad, el sujeto creativo, la justicia, la paz. Pero sin un ejercicio fundamental del rescate ético en el ejercicio del poder, incluso en un aspecto estilista y supremo, seguiremos patinando en el desparpajo de la locuacidad, la improvisación y la política de serenatas.
La mejor opción política no es confrontar a Chávez, es cotejarlo, compararlo, hacerlo asimétrico y al revés, en la contienda. Es decir, no se trata de un enfrentamiento estrictamente ideológico, reducido a debatir el modelo político que él representa. También hay que reseñar las formas, sus inconsistencias y contradicciones, que son la sed y la verdad de las cosas…
Los estilos, los modos, las maneras. El Estado no debe convertirse en un gran bazar desde el cual tomo a placer todo aquello que me guste, para satisfacción de mis egos. El Estado no es como el baño de mi casa o mi propio vehículo, desde lo cual me siento, hago y deshago a placer. Incluso en aquellos recintos, hay reglas de consideración propias y colectiva, para evitar excesos y ‘accidentes’.
El poder no es absoluto ni a medida de mis caprichos. El poder no es licencia para disponer de cualquier espacio o terreno, para improvisar un discurso o hacer de una canción, una arenga. El Estado no está hecho para que mis adversarios sufran las consecuencias de la ineficiencia, y los afectos gocen los privilegios de regentarlo.
No puede existir un Estado que convierta al delincuente en mártir y a la víctima en delincuente. Un Estado que persigue y encarcela al disidente y le da champagne y caviar a quien le adula. Un Estado que satanice la educación privada y mande a los hijos de los burócratas a estudiar a Oxford…No puede existir un Estado que crie ciudadanos pendientes de trepar con aquél, entre bonos, regalías, artificios cambiarios y trampas de todo orden, y esos mismos ciudadanos se laven la cara marchando en contra de aquel ESTADO, SIN EL CUAL NO SABEN VIVIR. No puede existir un ejercicio político que convierta al arrendatario en propietario y al propietario en miserable, por no poder contar más con su propia renta para vivir o mejorar su calidad de vida; un ejercicio político que convierta a los ciudadanos en bocazas y clientes de color, y al Estado en patrón y gran segador. No pude existir una práctica política mínimamente aceptable donde hoy soy rojo y mañana azul (Podemos, PPT), donde ayer fui azul y ahora verde oliva, donde ayer fui adeco y hoy del PSUV!.
Debemos entonces recuperar la compostura en la conducción política. Debemos rescatar la majestad de la presidencia de la República y de las instituciones. Debemos optar por una persona preparada, de demostrada solvencia moral, de profundos arraigos familiares y con un respeto indoblegable, por los valores primordiales ligados al poder: tolerancia, pluralidad, libertad y probidad.
En la oposición existe la tendencia a pensar que el mejor candidato para derrotar a Chávez es aquél que hable como pueblo-sic- “como lo hace él”.
En fin, se busca otro Chávez, otro saltimbanqui, otro “buen orador” de piel oscura, verruga en la nariz y cabello chicharrón, capaz de sentarse a comer y chuparse los dedos, con cualquier camarada en cualquier rincón… Pero nada más despreciativo y simplista que esta clase de casillas, donde partiendo del fenotipo político, del maniqueísmo, buscamos dar con los sentimientos y anhelos más íntimos de la gente.
Con la ‘experiencia’ del Conde del Guácharo (que nos sacó la Piedra), quedó demostrado que zapatero a su zapato, que la política no es cuestión de payasos.
A partir de este tipo de estereotipos, entrampados en lo carismático, en la imagen, en los símbolos, en el reparto redentor, en el mesianismo, en fin, en el mito, vamos directo a lo que hemos tenido: ordinariez, tosquedad, salvajismo, grosería y rudeza en el trato Estado-ciudadano. Y desde allí, al fracaso más la violencia.
Ver a través de ‘lo locuaz’, nos impide ver lo que realmente importa: el estadista, el visionario, el gerente, el hombre de talante y carácter para liderar y llevar al país a un destino ilustrado y evolutivo, a contrapelo de quiénes nos han llevado a un continuo de relajamientos, cuadres y desmadres, bajo manejos populacheros e irresponsables.
A partir de la ausencia de un prístino y monolítico sentido de seriedad en el ejercicio del poder, el denominado medalaganismo mítico, nos ha conducido a permutar esperanzas por simpatías. Hemos sacrificado sensatez y sinceridad, a cuenta de falsas promesas, porque en medio del relajo y la falta de consistencia ciudadana, no sabemos unirnos para exigir cuentas de lo ofrecido, menos sabemos demandar respeto.
A cuenta de popularidad, renombre, notoriedad y elocuencia hemos permutado ciudadanía. Y como dicen, la elocuencia no hace curriculum.
A cuenta del medalaganismo mítico, se exacerba el culto a la personalidad, el narcisismo irreductible, la loa cómplice, de lo cual deviene el titanismo, el súper-yo , el ultra-hombre.
A cuenta del insustituible, surge la imposición, la falaz democracia de las mayorías (fascinadas por el amo y no por el líder), y la eternalización del mando. A cuenta del medalaganismo mítico, surge la violencia, misma que se nutre del desprecio iracundo por quiénes adoran al ‘ídolo’.
Yo invito a los venezolanos que busquemos no sólo un contendor contra Chávez, sino su antítesis. No nos dejemos llevar por simples conveniencias de medición e imagen. Por lo risueño, la franelita, las sandalias, la gorra o el paltó ocasional….
Hay que ir más allá. Hay que evaluar las cualidades académicas, la trayectoria, la preparación, la oferta y las FORMAS de cada candidato. Debemos evaluar su desenvolvimiento frente al público, sus condiciones valorativas, su sentido de solidaridad, su profundidad humana, su pasión coherente (no fingida) sin dejar de lado, su pragmatismo e inclinación hacia la excelencia y la elevada gerencia.
El mejor no debe ser aquél que vista, recite, cante o baile como “Ariel”. No debe ser un sujeto guarachero, meloso o zalamero que mueva la cadera o bata la muñeca a ritmo de feria. Debe ser alguien que inspire autoridad por inspirar respeto y comportar sabiduría.
Comprendemos que debe haber un sentido de afectuosidad y telegenia que transmita amor, protección e inclusión a la gente, en un país por mitad o más, invadido de pobreza, ostracismo y relegación. Pero esa transmisión de afectuosidad y tutelaje, no puede venir asistida de insolencias, artificios, risitas tarifadas, soberbias, o lucha de clases. Debe venir acompañada de aptitudes y capacidad para gobernar un país saturado de odios y sensibles fracturas sociales, más desmantelamiento económico y moral. Y esa aptitud se ve más en los ojos y en las manos del líder (Seneca), que en la palabra. Sepámoslo apreciar. Eso es sobriedad en la política.
La coherencia en el actuar político-debo insistir- no viene dada por la elocuencia del discurso. Es la linealidad en ese mismo actuar, mismo que se denota en la suavidad de los actos, en el estilo de decir las cosas, sus contenidos bien elaborados, porque existe proporcionalidad entre lo que se dice y lo que se siente. El alcance de una oferta política, su vialidad, su realidad, está en la credibilidad que sobre ella tenga su propio ofertante. Y esa confianza se logra con un plan de acción sustentado, ajustado tanto a las necesidades del pueblo como a las disponibilidades del Estado.
No caigamos más en la trampa del chapucerismo político criollo. Son tiempos de emergencia de lo elevado y de lo magnánimo. Venezuela no resiste no sólo a otro Chávez, sino a otra representación barata del poder de las mayorías, de las arengas, de las bacanales y elocuentes promesas, del poder embriagador.
De esto tenemos ya un ratón de décadas, donde lo más difícil ha sido no recordar como llegamos a él…
Despertemos de una p.vez…no es un título, es una intitulación del ejercicio de la elocuencia en contra de las formas cordiales y menesterosas, que agitan la indignación. Favor disculpar entonces el desentono, pero el uso del poder de la palabra omitida (por locuaz y hartera), resalta exactamente lo que quise decir…



Orlando Viera-Blanco

No hay comentarios:

Publicar un comentario