domingo, 15 de abril de 2012

CUATRO PINTURAS DE LEONARDO DA VINCI





LA MONA LISA.  La pintura -dijo Leonardo- es una poesía que se ve. La desconocida dama llamada Mona Lisa o Gioconda ha pasado a la historia por esa enigmática sonrisa de la que tanto se ha especulado, pues cada época y cada especulador le ha dado una interpretación como si fuera un profundo espejo en el que todos se reflejan. ¿Qué misterio encierra para que se la considere como la Esfinge de Occidente? Nada destaca en este personaje tan sencillamente vestido y ataviado, algo inhabitual en la época. No es la belleza física, sino la expresión de su rostro la que atrae e inquieta al espectador, hay en ese esbozo de sonrisa contenida una similitud con las estatuas de la Grecia arcaica y el viejo Egipto. Sus ojos parecen sonreír más que su boca, la suya es una felicidad que viene de adentro y esa plenitud es un misterio para el hombre que no encuentra puentes que le lleven hacia su armonía interna.







SANTA ANA LA VIRGEN Y EL NIÑO. Contradictoriamente  esta bella pintura inacabada es quizás uno de los más contundentes ejemplos de la maestría de Leonardo. La escena se desarrolla en un paisaje atemporal rocoso. Los picos montañosos parecen evaporarse en una atmósfera azulada que inunda toda la composición.  Las pinceladas son ligeras, en el típico sfumato leonardesco, mediante una técnica de veladuras sucesivas que crean un efecto evanescente.

La composición (clásica piramidal) presenta a María y Ana (madre de María), con la primera sentada sobre las rodillas de la segunda. María se inclina hacia delante para sujetar al Niño Jesús mientras este juega, con un cordero, símbolo de su propio sacrificio. Pero más allá de los valores plásticos y estéticos se  destaca el simbolismo de Cristo jugando con el cordero y se especula que la serena expresión de Santa Ana, que contrasta con la ansiedad de María hacia el Niño, «quizá representa a la Iglesia, que no desea evitar la Pasión de Cristo».

Da Vinci trabajó unos 20 años en esta pintura, razón por la cual algunos especialistas la consideran como la obra de su vida, una proclamación de su arte y su legado artístico.







SAN JUAN Y EL BACO.  En el museo del Louvre podemos ver los cuadros de estos dos personajes representados por Leonardo y son tal vez las más enigmáticas obras realizadas en la última etapa de su vida. Tienen al mismo tiempo esa expresión sonriente y misteriosa de la Gioconda y de la Santa Ana inacabada, pero esta vez en versión masculina. Con San Juan y Baco le da forma artística al símbolo del andrógino yendo más allá de la lógica humana.





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