viernes, 4 de abril de 2014

NUESTRA ANTÍGONA - Federico Vegas


Bienvenido a Antígona, una de las mejores ofertas en la historia de la literatura: un viaje de ida y de vuelta al corazón de una tragedia inmortal a través de sólo 45 páginas. Leyendo 135 puedes revisitarla tres veces y correr la cortina de sus más íntimos secretos durante un domingo de fanático encierro, o en esas relecturas que se dan a lo largo de toda una vida y nos ayudan a sacar provecho de nuestra creciente fragilidad.

Es imposible imaginar una experiencia más condensada y fructífera, capaz de fascinar a Kierkegaard, Goethe, Hegel, Holderlin y Bertolt Brecht, hasta hacerlos basar sus teorías en ella e intentar sus propias versiones. La comparan con Hamlet, Fausto y Don Quijote, pero la mitología le da a Antígona el ambiguo privilegio de quizás haber existido, algo que acerca su sacrificio al de Sócrates y Jesús.
Repasemos juntos este drama de Sófocles y exploremos cuáles ángulos de sus personajes, cuál dimensión de sus duelos y cuántos absurdos de sus injusticias aluden a nuestras propias tragedias.

El pasado condena al futuro. En la primera escena Antígona le pregunta a Ismene:

Hermana de mi misma sangre, ¿sabes de alguna desgracia, heredada de Edipo, que Zeus no nos haya enviado desde el día en que nacimos? No hay vileza, ni vergüenza, ni infamia, ni deshonor, que no hayamos conocido. Y ahora aparece este edicto que Creonte acaba de imponer a todos los ciudadanos. ¿Ya te has enterado o no sabes los males que trama contra nuestros seres queridos?

Para Antígona, el pasado pareciera tener más peso que el presente y el futuro, al punto que el reciente edicto de Creonte viene a ser una reiteración de las desgracias ya impuestas por los dioses, un eslabón más de una férrea e irrevocable cadena.

Los venezolanos tendemos a ofrecer como explicación a nuestros males una sobrecarga de errores históricos que nos condenan y, por lo tanto, nos liberan de toda responsabilidad. Como una parte más de esta misma secuencia, solemos concebir un futuro que está por ofrecernos episodios cada vez más graves. La frase: “Cada Presidente será peor que el anterior” se  nos va haciendo un dogma. Atrapados entre un pasado y un porvenir que nos maldice, muchos están dispuestos a soportar al presente con su carga de inevitable confirmación y a considerar toda acción radical de cambio como un heroísmo absurdo e improcedente.

En el caso de Antígona, la maldición se centra en su propia familia, por eso le recalca a Ismene: “hermana de mi misma sangre”, y puntualiza que los males son “contra nuestros seres queridos”. Su historia arranca con la de su padre, el famoso Edipo, gracias a Freud, epidémico. Una serie de maldiciones y casualidades convirtieron a Edipo en el asesino de Layo, su padre, y esposo de Yocasta, su madre. Cuando sus hijos varones, Polinices y Eteocles, descubrieron que Yocasta era también su abuela, despreciaron a su padre, y hermano, quien los maldijo diciéndoles: “No encontrarán reposo ni en la vida ni en la muerte y morirán el uno en manos del otro!”.

La maldición que percibimos los venezolanos se inocula sobre una familia profundamente dividida. Unos parientes se sienten inmersos en una patria irracionalmente generosa, los otros en una red de injusticias proporcional a la oferta por compartir. Ahora unos buscan un paraíso inmerecido mientras otros tratan de acostumbrarse a un infierno aceptable, y se preguntan, ya sin esperanza: “¿Libertad? ¿Libertad para qué?”.

No hay lugar para el dolor o la alegría. Ismene le responde a Antígona:

Desde que perdimos a nuestros dos hermanos muertos en un mismo día por mano recíproca, no he recibido noticia alguna, ni dulce ni dolorosa. Ya no sé de nada que pueda hacerme ni más feliz ni más desgraciada.

Cuando Edipo se sacó los ojos y se convirtió en un alma errante, sus dos hijos heredaron el trono de Tebas y acordaron que uno reinaría durante un año y el otro el siguiente. El primer turno fue de Eteocles, quien luego se negó a entregar el mando a su hermano. Polinices organizó una expedición en su contra. Se enfrentaron los hermanos (algunos dicen que eran gemelos) y se cumplió la maldición de Edipo.

El poder que no supieron alternar terminó aniquilándolos a ambos. Ismene insiste en la absoluta reciprocidad de ese crimen fraternal, como aspirando a que una mutua cancelación de la culpa sea el final de la maldición familiar y les traiga algo de paz, pues está convencida de que ya ninguna acción la podrá hacer más feliz o más desgraciada.

El verbo “alternar” nos resulta particularmente doloroso pues ha desaparecido de nuestro vocabulario político. Lo que está planteado es una extirpación gradual de ese hermano que llamamos “el otro” a través de conflictos que hacen el proceso cada vez más irreversible. Se nos ha vendido la idea de estar viviendo un tiempo único de la historia, inaugural y definitivo. Y, por consiguiente, si antes de ese tiempo idealizado no existía independencia, identidad, representación, participación, compromiso social, no tienen sentido las alternativas, los cambios profundos. Lo temporal ha dado paso a lo eterno.

El país de los muertos insepultos. Antígona le explica a Ismene en qué consiste el edicto:

A Creonte le ha parecido justo que Eteocles reciba las honras que merecen los muertos bajo tierra. En cambio le prohibió a los ciudadanos que lloren o le den sepultura al pobre cadáver de Polinices. Eso es lo que el buen Creonte tiene decretado, también para ti y para mí, y el que transgreda alguna de estas órdenes será públicamente lapidado en la ciudad.

Venezuela se ha convertido en la tierra de los muertos insepultos. Me conmovió el caso de José Alejandro Márquez, un ingeniero que fue golpeado por efectivos de la Guardia Nacional hasta morir por fractura de cráneo. Cuando apenas había bajado al mundo bajo la tierra, el presidente de la Asamblea Nacional lo presentó como un sicario contratado para asesinar a Maduro, y añadió que los propios compañeros de Márquez lo mataron al no cumplir con su tarea. Como prueba presentó imágenes que la propia víctima había puesto en su Facebook, donde aparece disfrazado de soldado y jugando con un rifle de aire. Propongo este hecho como un testimonio de que nuestros muertos son expuestos al escarnio público para fabricar con sus vidas la versión que más convenga. No solo más del 90% de los crímenes quedan sin resolver, ahora las víctimas de las protestas parecen permanecer insepultas en las calles sin dejar a sus deudos llorarlos y recordarlos con dignidad.

Encontramos otra dolorosa referencia en la manera en que Creonte premia a un hermano y condena al otro. No hay una reflexión o juicio sobre las causas de un conflicto que originó dos muertes tan simétricas. Creonte se limitará a repetir una y otra vez que “nunca tendrán los criminales el honor que corresponde a los ciudadanos justos, y siempre tendrá honores quienquiera que esté bien dispuesto para con el Estado, tanto en la muerte como en la vida”.
Así sucedió después de los eventos de Puente Llaguno en el 2002, donde murieron inocentes. Sin haber aclarado los hechos, se le entregaron cargos honoríficos a quienes fueron grabados disparando desde el puente y treinta años de prisión a quienes estaban calle abajo, incluyendo a Simonovis, quien no estaba presente. Y ahora, mientras el primer trimestre del 2014 aún no concluye, ya tenemos alcaldes presos y sentenciados a un año de cárcel por desacato, mientras no hay una sola sentencia a quienes dispararon al rostro de jóvenes desarmados.

La prudencia y la indignación. Antígona acepta la sucesión de desgracias, pero no el que se violen las leyes divinas, y le plantea a su hermana una suerte de “ser o no ser”:

Esta es la cuestión; ahora debes decidir si has nacido de sangre generosa o si no eres más que una cobarde que desmientes la nobleza de tus padres.

Ella está decidida a enterrar a su hermano Polinices. Ismene no está de acuerdo:

Ahora, que solo quedamos nosotras dos, piensa hermana que ignominioso fin tendremos si violamos lo prescrito y trasgredimos el decreto del tirano. Hay que aceptar los hechos: somos dos mujeres, incapaces de luchar contra los hombres que tienen el poder y dan las órdenes… Yo pienso obedecer a las autoridades. Esforzarse en no obrar como todos carece de sentido… No hay que ir a la caza de imposibles… Tu corres atrás de una utopía.

La reacción de Ismene no se debe tanto al respeto a las leyes sino al efecto trágico que han tenido las pasiones en su propia familia. Ella es pasiva mientras su hermana encarna lo decidido e indetenible, es por esto que unas veces admira a Antígona y otras la siente dominada por una arrogante locura. Esta separación entre las dos hermanas llega a su extremo cuando Ismene le ruega a Antígona que, al menos, no le confíe a nadie lo que piensa hacer, “mantén el secreto, lo mismo haré yo”, a lo que responde Antígona:

¡No, no! ¡Yo te exijo que lo grites! Mucho más te aborreceré si callas que si lo pregonas a todo el mundo.

En el mundo griego, lo femenino representaba el desorden y la confusión de las emociones, una sustancia oscura y sin formas precisas opuesta a la racionalidad de lo masculino, al mundo acotado y ordenado de las leyes de los hombres, de la Polis. Las reacciones de Ismene y Antígona son dos voces que brotan de una esfera insondable, tan íntima y familiar como inmemorial y perteneciente a la justicia cósmica de los dioses. Ismene habla desde sus aprensiones, Antígona desde su indignación.
Es oportuno señalar que las figuras claves encargadas de darle sentido a las leyes venezolanas: Presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Fiscal General de la República y Defensora del Pueblo, son mujeres, algo inconcebible en la Grecia de Sófocles. Ese punto de vista femenino, que parte de un epicentro más emocional y profundo, podría hacer más sabia la aplicación de la ley al aplacar la racionalidad de su fría y pretenciosa objetividad, haciéndola por lo tanto más humana y conformando una barrera contra todo lo que viole el derecho natural. Esta vertiente es fundamental para la piedad, un sentimiento que impulsa al reconocimiento y cumplimiento de todos los deberes para con Dios, los padres, la patria, los parientes, los amigos, el aliado y el adversario, lo tangible y lo intangible, lo íntimo y lo público, lo escrito y lo inmortal, lo masculino y lo femenino.

Pero también puede ocurrir lo opuesto: que partiendo desde ese origen oscuro e impreciso, lo femenino desvaríe desde sus fuerzas telúricas y termine plegándose a lo masculino en un frenesí de devoción, tal como las ménades a Dioniso; en el mejor de los casos, con la misma actitud de Ismene: “Hay que aceptar los hechos: somos dos mujeres, incapaces de luchar contra los hombres que tienen el poder y dan las órdenes”.

Llegar al poder a través de la muerte. Ahora vamos a conocer a Creonte, el hermano de Yocasta y tío de los hermanos muertos y las hermanas huérfanas.Veamos qué proclama ante al Consejo de Ancianos de Tebas:

Conozco bien vuestro respeto al gobierno de Layo, de Edipo y de sus hijos, víctimas de un fratricidio que a la vez causaron y sufrieron. En razón de mi parentesco familiar con los caídos, he asumido todo el poder y la realeza. Es imposible conocer el ánimo, las opiniones y principios de un hombre que no se haya enfrentado a la experiencia del gobierno y de la legislación.

Su secretario Corifeo representa al funcionario adulante que sabe hacer los comentarios adecuados, tan acomodaticios que resultan irónicos, como cuando le comenta a Creonte:

Puedes obrar con el amigo y con el enemigo de la ciudad según tu gusto, y hacer uso de la ley como quieras, sobre los muertos y sobre los que vivimos todavía.

Ahora sabemos que Creonte llegó a gobernar por una serie de desgracias, no por méritos propios. La muerte inesperada de quienes eran superiores a él le abrió el camino. De ser el tío bueno que daba buenos consejos a sus sobrinos ahora tiene todo el poder, y, tal como él mismo asoma, sus errores de juicio serán proporcionales a su poderío. Corifeo lo define como “un nuevo caudillo por las nuevas circunstancias reclamado”.

Cuando al presidente Maduro se le abre el camino a la presidencia gracias a la muerte de Chávez, va a ser sometido a una situación imposible: no puede ser mejor ni diferente a su modelo, luego deberá ser igual y peor. Solo encuentra reposo en una terca y obsesiva repetición. Su tarea no será crear, sino mantener, y una de las líneas a continuar será la omnipotencia. A lo largo de este camino sin opciones, la contemplación de la vida va dejando de ser un momento de satisfacción y descubrimiento para convertirse en uno de urgentes reincidencias.

El guardia cuya misión es sobrevivir. En Tebas también existía una Guardia Nacional. Creonte les ha encomendado que vigilen el cuerpo insepulto de Polinices. Una noche descubren que alguien ha rociado con tierra el cadáver, como tratando de enterrarlo, y uno de los guardias va a reportar el hecho esperando el peor de los castigos:

El caso es que he venido ante Creonte asido a una esperanza: que no puede pasarme nada que no sea mi destino.

Su preocupación fundamental no es la justicia o injusticia, sino sobrevivir a través de situaciones que poco importa si son justas o injustas. Son las acciones de un ser que se limita a obedecer en el mundo de los poderosos. Cuando finalmente atrapa a Antígona, tratando por segunda vez de enterrar a su hermano, se le escapa uno de sus pensamientos:

Es doloroso el conducir a quien se quiere hacia una funesta suerte. Pero está en mi naturaleza tomar en menos lo que no sea mi propia salvación.

Estos guardias entrenados para cometer injusticias antes que sufrirlas, son hoy presentados como seres con voluntad política, cuando en realidad se vigila continuamente que vayan doblegando su capacidad de elegir. Se les abre un horizonte político a la vez que se les cierra las alternativas con las peores amenazas y las mayores exigencias de fidelidad: agredir a sus propios hermanos.

El capitalismo salvaje. Cuando Creonte sospecha de sus guardias y subordinados los ataca con las siguientes palabras:

Gente hay en la ciudad que no cumple mis órdenes y que en secreto murmuran y agitan su cabeza en mi contra, incapaces de mantenerse en actitud de sumisión. Son ellos los que habrán sobornado a los centinelas, pues estoy convencido de que se han dejado corromper por una paga, porque ninguna institución ha prosperado de manera más funesta que la moneda: destruye las ciudades, arranca a los hombres de sus hogares, se encarga de borrar sus buenos principios y de enseñarles a instalarse en la vileza. Es el dinero el que incitó a los hombres a no distinguir el bien del mal y caer en la impiedad.

El tema del dinero surge en boca de Creonte cada vez que algo o alguien lo contradice. Suele ser una característica del poderoso el padecer de aquello que más achaca a los demás (nada más fascista que repetir una y otra vez ese mismo calificativo), y será precisamente la impiedad el pecado que mejor va a caracterizar a Creonte, poseído por su unilateral visión de que la ley es un instrumento para permanecer como dueño de un poder que cayó en sus manos por azar.

Las leyes de los dioses contra las leyes de los hombres. Cuando los guardias traen a Antígona detenida, Creonte le pregunta cómo, si sabía el castigo que le esperaba, se atrevió a pasar por encima de la ley. Responde Antígona:

Yo no creo que tus decretos tengan tanta fuerza como para permitir que un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas e inmutables de los dioses, cuya vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, al punto que nadie sabe cuándo fue que aparecieron… …Puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.

Esta sucesión de enloquecidos reflejos ha prevalecido entre nosotros. Las acciones van revelando lo peor de nosotros, mientras la desesperación es combatida con la obstinación y las posibles soluciones van quedando relegadas ante el furor de autonomías autodestructivas. El poder arrastra a lo mejor de la juventud hacia el horror y cada vez es más difícil que lo expresado le lleve el paso a lo acontecido, que las críticas estén a la escala de lo criticado, que el efecto de las palabras guarden relación con el efecto de los hechos, y así vamos entrando en un mundo de quejidos y secretos, de versiones de mentiras, de acuerdos cada vez más represivos, de llamados al diálogo cada vez más insolentes. Estamos dominados por un monstruo que se alimenta de sus errores y miserias humanas.
Cuando Antígona reconoce su locura con orgullo, Creonte se enardece:

Después de transgredir las leyes establecidas, se atreve a mostrarse arrogante, ufana y alegre por haberlo hecho, jactándose de su rebeldía y glorificando su conducta. En verdad que ella será el hombre si tamaña osadía quedara sin castigo… …Mi odio es para la que, cogida en pleno delito, quiere después darle aires de belleza.

Aquí tenemos lo que Creonte más teme, quedar del lado de la fealdad, y cree que solo empleando todo su arsenal masculino podrá mantener su posición. Él no quiere aceptar lo que Antígona representa y se aferra a lo que él cree personificar: las leyes que hacen posible la cohesión de la polis. Antígona no solo ha invocado las leyes de los dioses como un derecho anterior y eterno, ahora, además, va a poner en duda la legitimidad de la autoridad de Creonte:

Todos te dirían que mi acción les agrada, si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana.

Por un momento igualan posiciones y se da un diálogo entre tío y sobrina:

– ¿Y no era acaso tu hermano el que murió frente a Polinices?
– Del mismo padre y de la misma madre.
– Y, siendo así, ¿como tributas al uno honores impíos para el otro?
– No sería esta la opinión de un muerto.
– Lo cierto es que tú rindes a un muerto más honores que al otro. 
– Hades requiere leyes igualitarias.
– ¡Nunca, ni aún después de muerto, un enemigo será mi amigo!
– No nací para compartir el odio sino el amor.
– Pues si te quedan ganas de amar, desciende bajo tierra para que ames a los muertos. A mi, mientras viva, no ha de mandarme una mujer.

Antígona está desafiando las leyes temporales de los vivos con la intemporalidad de su muerte, o de una prisión que equivale a enterrarse vivo.

George Steiner, en su libro Antígonas, explica cómo en la Alemania Nacionalsocialista la figura de Antígona fue vista como un factor perturbador de la moralidad social. También se le ha reprochado su arrogancia y falta de flexibilidad, sus ideas fijas, pero Antígona no es un personaje unidimensional: cuando va caminando hacia el “antro de piedra, cámara nupcial del inframundo”, donde será enterrada intacta, lo que la estremece no es la muerte misma, sino el marcharse de la vida sin haber conocido el amor de esposa y sin dejar descendencia. Ya Edipo, su padre y hermano, lo había previsto cuando quedó ciego y Antígona le servía de guía mientras vagaban errantes: “Hija mía, ¿quién querrá casarse contigo? Seguramente será preciso que te consumas estéril y sin bodas”.
La etimología de su nombre ofrece posibilidades inquietantes. Antígona puede significar “contra su semilla”, o “contra su nacimiento”, incluso “contra si misma”. Otros proponen el más sugerente “en lugar de la madre”, una opción que viene bien a quienes consideran que la heroína, con su defensa de un orden cuyo valor no depende del poder, es la madre fundacional de la moral de Occidente.

Los vínculos filiales y el tiempo. Ahora viene el encuentro de Creonte y su propio hijo, Hemon, quien estaba por casarse con Antígona. Creonte comienza imponiendo su autoridad:

A quien la ciudad ha instituido como jefe, hay que obedecerle tanto sus ordenes importantes como las insignificantes, las justas y las injustas… No hay desgracia mayor que la anarquía: ella destruye las ciudades, conmociona y revuelve las familias; en el combate, rompe las lanzas y promueve las derrotas. En el lado de los vencedores, es la disciplina lo que salva a muchos. Así pues, hemos de dar nuestro brazo a lo establecido con vistas al orden, y, en todo caso, nunca dejar que una mujer nos venza. Es preferible caer ante un hombre que ser llamados inferiores a una mujer.

Hemon termina rebelándose:

Los que creen ser los únicos en reflexionar, o poseer una inteligencia y una elocuencia superior a la de todos los demás, aparecen vacíos cuando se les abre.

Este encuentro entre padre e hijo nos ofrece enseñanzas cruciales cuando la principal fuerza política que se enfrenta hoy al poder son los estudiantes. Pienso en los hijos de los poderosos, o los que quienes, como el general Baduel, una vez lo fueron, y me pregunto si conversaciones como la de Creonte y Hemon se están dando hoy en Venezuela. En el seno de las familias se obtiene una amplia perspectiva cuando participan con libertad abuelos, padres e hijos. Si los padres son incapaces de ver y sentir a través de sus hijos y sus hijas, el tiempo se habrá detenido justo antes de desembocar en el terrible final de la tragedia. Esa antesala es la oscura paralización que vemos en Caracas y Marguerite Yourcernar describe en su ensayo: “Antígona o la elección”:

El tiempo ya no existe en aquella Tebas sin astros; los durmientes tendidos en el negro absoluto ya no ven su conciencia, mientras Creonte, acostado en el lecho de Edipo, descansa sobre la dura almohada de la razón de Estado.

El hedor invade las ciudades. Aparece en escena el adivino Tiresias, quien le reveló a Edipo que él fue el asesino de su padre. Ha sido también el consejero de Creonte, quien siempre ha tenido absoluta fe en sus predicciones. Todo está por cambiar, pues Tiresias ahora le anuncia: “Has llegado a un momento crucial de tu destino”, y procede a dar su explicación:

La ciudad está enferma por tu culpa. Nuestros hogares están todos llenos de los despojos que las aves y los perros han arrancado al cadáver del hijo de Edipo, caído en el combate. Desde entonces los dioses ya no aceptan las súplicas que acompañan a los sacrificios… …Recapacita sobre todo esto. Es cosa común el equivocarse, pero, cuando uno comete una falta, insistir en el mal es una insensatez y una obstinación. Cede entonces ante el muerto y no atormentes su cadáver. ¿Qué clase de proeza es rematar a un muerto?

¿Qué más pruebas necesitamos de vivir en un país moribundo, separado de su vitalidad y naturales promesas? Creonte vuelve a refugiarse en el tema de la conspiración del dinero:

Allá con vuestras riquezas: comprad todo el oro blanco de Sardes y el oro de la India. Ni aún así consentiría yo, por miedo a esa muchacha que se le de sepultura a Polinices. ¡Oh anciano Tiresias! Los hombres más hábiles se exponen a vergonzosas claudicaciones cuando tienen como cebo el lucro que les hace dar curso a las más vergonzosas peroratas.

Y entonces Tiresias pronuncia una temible profecía:

Es necesario que sepas que las ruedas veloces del sol no girarán muchas veces sin que un heredero de tu sangre pague con su muerte otra muerte. Tu has arrojado vilmente bajo tierra a un ser que vivía sobre su superficie y la has obligado a vivir en una tumba, y también retienes a un cadáver lejos de los dioses subterráneos. Ni tú ni ninguno de los dioses celestes tienen derecho a ello… …Se acerca la hora en que lamentos de hombres y mujeres llenarán tu palacio. Se unen contra ti todas las ciudades hasta donde las aves y los perros han llevado restos despedazados del cadáver con un hedor nauseabundo.

El final. Debo dejar en tus manos, lector a quien he tratado de invitar a que leas Antígona con esta desproporcionada introducción, lo que sucede en las últimas diez páginas. Te sugiero que leas esta obra junto a tus hijos o a tus padres, con tu mujer o con tu hombre, con quien piensa lo que cada día te resulta más inconcebible, pues justo allí debes explorar sin miedo. Solo te doy como pista a tu impaciencia que Corifeo cambiará de bando y que Creonte terminará lamentándose por sus palabras altaneras:

Llevadme lejos de aquí; ya no soy nadie, ya no existo.

El mismo vacío que por tanto tiempo hemos sentido, y al final:

Todo aquello en que pongo la mano sale mal y sobre mi cabeza se ha abatido un destino que no hay quien lleve a buen puerto.

Otra razón para no incluir el desenlace es que el nuestro tiene que ser distinto. Han pasado demasiados siglos para calarnos la maldición de ser clásicos. Marguerite Yourcernar nos ofrece en su ensayo una conclusión más auspiciosa:

Vuelve a ponerse en movimiento la maquinaria de los astros. Su sonido revelador traspasa las losas de mármol y llena el aire reseco de una pulsación de arterias. Los adivinos se tienden en el suelo, pegan a él su oído, auscultan como médicos el pecho de la tierra. El tiempo reanuda su curso al compás del reloj de Dios. El péndulo del mundo es el corazón de Antígona.

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