viernes, 2 de mayo de 2014

TESTIMONIOS DE FEBRERO II - Roberto Mata

Aquí le dejo la segunda parte del importante trabajo del fotógrafo Roberto Mata, quien se ha dedicado, a través de entrevistas y registro fotográfico a plasmar las historias de las verdaderas victimas de los acontecimientos que se han vivido en Venezuela desde el 12 de Febrero del 2014.

El producto de este importante aporte del fotógrafo Roberto Mata se ha venido publicando desde el mes de febrero del 2014 en su Blog dentro del Portal Web www.prodavinci.com, en la cuenta de Instagram, www.instagram.com/RMTF y a través de los enlaces en Twitter de la cuenta de @RMTF www.twitter.com/RMTF

Para ver la primera parte de TESTIMONIOS DE FEBRERO



“Y le dijeron: ‘Te vamos a sembrar: di que tú quemaste esas patrullas’”; Doris Morillo por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 10 de Marzo, 2014


Doris Morillo de Coello, 50. Abogado. Madre de un detenido.
Fotografía de Roberto Mata.

Doris ha perdido 10 kilos en 26 días. Son los 26 días que lleva Marco Aurelio Coello, su hijo de 18 años y estudiante de quinto año de bachillerato, privado de libertad.
En un baño y esposado, un funcionario del CICPC le puso a Marco Aurelio una pistola en la cabeza y le dijo “Te vamos a matar. Te vamos a sembrar: di que tú quemaste esas patrullas”.
Marco Aurelio lo negó y así logró que todo empeorara. Lo envolvieron con tirro y una colchoneta de goma espuma. Entre cinco funcionarios le dieron golpes, patadas, amenazas. “Firma aquí. Di que tú incendiaste eso”. El mismo funcionario, impotente ante la negativa, lo roció con gasolina.
Con dos cables le aplicaron descargas eléctricas que lo desmayaron, hasta que apareció alguien que dijo “No lo maten aquí. Aquí no, aquí nos pueden ver”. Entonces a manera de entretenimiento los funcionarios jugaron a pegarse corriente, entre ellos.
Pasaron 48 horas desde la detención de Marco Aurelio hasta que pudo ver a un abogado. Siempre estuvo incomunicado.
Marco Aurelio fue por primera vez a protestar en una marcha el 12 de febrero. Fue con un amigo y la mamá del amigo. En Parque Carabobo se quedó solo y atrapado entre los manifestantes y los funcionarios policiales con escudos.
En un acto de ingenuidad, intentó buscar protección con las fuerzas del orden. Una bomba lacrimógena le cayó en la cadera. Aturdido y asfixiado perdió la capacidad de reconocer lo que sucedía alrededor y terminó en el piso. Cuando logró recuperarse se dio cuenta de tres cosas: no sabía cuánto tiempo había pasado, lo estaban esposando y veía como ardían unas patrullas del CICPC.
Marco Aurelio, el hijo de Doris, no está solo. Seis jóvenes permanecen junto a él en esa condición. Sin conocerse antes, han estado unidos en el mismo espacio. Confinados.
La casa de Doris no está desordenada pero es evidente que dejó de ser prioridad hace días. El cuarto de Marco Aurelio intacto, la cama tendida, no hay ropa que lavar. Un camión pequeño llega con un sofá recién tapizado. El antes tan esperado sofá ahora luce tan fuera de lugar…
Por momentos, Doris pierde la fe. Solo por momentos.

“Los colectivos tienen derecho a matar. Yo no”; Yubiry por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 16 de Marzo, 2014


Yubiry, 18. Bailarina de breakdance y estudiante de Diseño Gráfico.
Fotografía de Roberto Mata.

Yubiry corretea guardias nacionales. Los ataca con palabras y con piedras. Se las lanza al cuerpo, no a la cabeza. Reconoce que la ira le ha permitido desarrollar una gran puntería que debe controlar.
Sabe trancar calles y frenar a colectivos para que no les roben el agua y la comida de los manifestantes. Está de primera frente al piquete. Logra acciones concretas.
Su carácter pacífico, con intentos frustrados de diálogo, ha dado paso a una Yubiry radical. La violencia y eso que considera la injusticia han hecho florecer una Yubiry valiente, líder.
Dejó hace unos días su participación activa en Altamira. Necesitaba organizar Chacao para generar distracción y disminuir el ataque de los guardias, pero la estrategia sólo funcionó el primer día. Luego la represión se duplicó y ahora cubren todos los focos de protesta que se levantan.
Después del 12 de febrero, Yubiry sintió miedo y reconoció que con ese miedo no lograría nada. Decidió actuar. Un brazo morado, muchas burlas e insultos son, hasta ahora, los daños sufridos.
El día que encontró su cuarto lleno de comida, agua y primeros auxilios comprendió que se había convertido en una líder. Los vecinos le consultan diariamente la estrategia a emplear.
Ochenta y siete puntos de sutura en la cabeza de una estudiante que seguía sus instrucciones la dejaron ver el tamaño de su responsabilidad.
Volvió el miedo.
“Los colectivos tienen derecho a matar. Yo no. A ellos la justicia no los va a condenar. A mí la moral no me lo permite”.
Yubiry cae, se levanta y ve en sí misma cuatro características que considera fundamentales para que la protesta llegue a algún destino: astucia, radicalismo, pacifismo y diálogo.
Hace un año que el padre de Yubirí no le habla. Vive en el estado Cojedes y las diferencias políticas no lo permiten. La madre se autodefine como apolítica.
El novio de Yubiry la dejó el 13 de febrero cuando sospechó el nuevo propósito de vida.
Ahora vive con su abuela.

Yubiry a veces se siente sola, pero no lo suficiente como para abandonar su lucha: “el futuro de mi generación”.


“En cinco años espero estar vivo”; Julio Coco por Roberto Mata #Perfiles
Por Roberto Mata | 19 de Marzo, 2014



Julio Coco, 36. TSU en Química y activista político.
Fotografía de Roberto Mata.

— ¿En cinco años?
— En cinco años espero estar vivo. Estamos viviendo una dictadura…
Sobre la mesa, en la sala de su casa, hay ciento veinte dólares en efectivo. Julio necesita una moto. Se sabe marcado, así que en metro y camioneticas se siente vulnerable.
Esos dólares tienen una razón de ser: vendió una gift-card de Amazon y está completando para llegar a quinientos y comprar una Skyline nueva y con garantía, que ya tiene palabreada con un amigo.
La moto es automática. Julio no sabe manejar sincrónico.
— Yo hubiera querido ser un rockstar, pero soy rockero de barrio.
— ¿Cómo es eso?
— No voy a los buenos toques, no compro discos originales y compro franelas de buhonero…
Asegura que no le corresponde asumir la responsabilidad de la dirigencia política, pero alguien tiene que dar la cara y él lo asume.
Es baterista, usa un piercing, baila salsa, hizo BMX y no tiene más tatuajes por falta de dinero. Está formalmente desempleado desde hace tres años, aunque hace asesoría política. Se formó en el partido comunista Bandera Roja.
En El Tigre, estado Anzoátegui, fue adoptado por los “mala conducta” del liceo cuando tenía 13 años. Le enseñaron a fumar, a beber, a tirar coñazos y a jugar truco y básquet. Él les explicaba Física, Química y Matemáticas. Julio era un “coco” para ellos.
Vive en setenta y seis metros cuadrados, un apartamento con dos habitaciones. Allí fue donde la esposa grabó el video de cuarenta y dos minutos que está colgado en internet desde el 12 de febrero.
En una concentración en El Rosal calcula que le tomaron por lo menos setecientas fotos. Y a cada persona que le preguntó algo le dedicó de cinco a siete minutos para “hablarle claro y darle una respuesta cara a cara”.
Caminar una cuadra le tomó tres horas.
“Esto es como un tsunami. Una ola pequeña que es ésta que estamos viviendo. Luego se recoge y, entonces, viene el tsunami”.
Asegura sufrir igual que sufre cada venezolano, nada lo exime, eso cree que lo conecta con la gente.
Habla de frente, le gusta estar sin camisa y abre la boca cuando se asombra.
La abre bastante.


“Cocino para 35 manifestantes. Lo hago sola, pero no soy la única”; María García por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 24 de Marzo, 2014


María García, 27. Técnico Dental. 
Fotografía de Roberto Mata.

María es técnico dental. Por las mañanas, después de muy pocas horas de sueño, María cocina almuerzos o cenas. Pasta, arroz y granos para unos 35 manifestantes. Lo hace sola, pero no es la única. Existe una red de personas que, a pesar de la escasez y la dificultad para trasladarse en la ciudad de Mérida, apoya con tiempo, comida, medicamentos y logística.
Por las noches María hace guardia. Prepara litros de café y espera muy cerca de las barricadas, en la Av. Cardenal Quintero, donde aprendió a curar heridas de perdigón, con agua oxigenada, alcohol o Gerdex y gasa. El primer día, el 6 de febrero, la mayoría de los disparos a los manifestantes fueron a la cara. Así aprendió.
Su reloj biológico está invertido desde ese entonces. María no puede dejar de apoyar desde donde cree es su deber: cocinar y curar.
Estudió Técnica Dental en la UNEFA. Lo que no aprendió en la universidad lo hizo por cuenta propia, con mucha práctica. Terminó la carrera aunque lleva dos años esperando el grado.
En su profesión, su lucha también es contra la escasez. No consigue dientes para fabricar las prótesis. No hay producción nacional. No hay importados. No puede trabajar.
Una generosa y constante oferta durante los años de estudio fue que, por asistir a una marcha en apoyo al gobierno, le otorgaran hasta cuatro puntos por materia en la nota final.
María no marchó, no aceptó la oferta. Quienes marcharon están graduados y tienen título.
— ¿Tienes novio, María?
— No es tiempo para pensar en eso. No es el momento.
El único escape de María, su refugio, es su hijo de cinco años. Cuando está con él, trata de no pensar en todo lo que pone en riesgo.
Cuando María oye sonar Sexy and I know it, de LMFAO, contesta su teléfono. Ése es su ring tone. Cuando oye una explosión cercana no se inmuta. Sabe que es un mortero. Sólo un mortero


“No duele cuando te disparan. Quema. Da rabia”; Antonio por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 26 de Marzo, 2014


Antonio, 28. Fiscal de Servicios Públicos de la Alcaldía Libertador, Mérida y estudiante de Derecho.
Fotografía de Roberto Mata.

El piquete de la Policía de Mérida se abrió en dos para dar paso al colectivo y el sonido cambió. Dejó de ser perdigón para ser de bala.
Un hombre de un total de diez, con la policía a sus espaldas y de noche, apuntó y disparó seis veces con una pistola 9 mm. al cuerpo de Antonio. La cabina de un teléfono público se interpuso y los tres primeros disparos dieron sobre el aparato, salvándole la cara y el pecho. Los otros entraron y salieron atravesándole ambas piernas. “No duele cuando te disparan. Quema. Da rabia”.
Los hombres armados hicieron su trabajo. Pie, canilla y muy cerca del fémur. Tres tiros, mucha sangre, seis orificios. Antonio fue socorrido en un edificio cercano, hasta que logró pasar la ambulancia que lo llevaría al Centro de Asistencia Médica Integral de la ULA.
En el momento en que las municiones se acaban y se espera el reabastecimiento, comienza el ataque a la policía. Antonio no tiene suficiente brazo como para que una de esas piedras que lanzan lleguen a su destino. La mayoría cae en el medio. Por eso prefiere protestar con pancartas.
El 12 de febrero, frente al mercado chino Yuan Lin de la Av. Las Américas y a las siete y media de la noche, los manifestantes ganaban el encuentro. Eso requirió el paso de los colectivos.
— ¿Eres violento, Antonio?
— Sólo de pensamiento…
Asegura que las barricadas hoy en día son para protegerse de los colectivos.
El trabajo de Antonio consiste en regular el comercio informal en el centro de la ciudad. Lo hace a medio tiempo. El resto del día hace vida universitaria, donde también algunos líderes de los colectivos la hacen.
1152 kilómetros separan a Puerto Ordaz, ciudad natal de Antonio, de Mérida. Un día decidió que no pagaría 50.000 bolívares fuertes por un cupo en la pública UDO. También decidió presentar examen en la ULA. Realizó ese viaje de 28 horas en autobús y lo admitieron. Se asumió estudiante y alquiló una habitación con baño compartido.
Antonio estudia Derecho. Paradójicamente no cree en denunciar sus tres heridas de bala, porque si la policía se abrió para dejar pasar a los colectivos y dispararle, “¿qué justicia puedo esperar?”
Lo dice y, luego,se queda callado.

 “A mí me agarraron. De pensarlo todavía tiemblo”, Francesca Commisari, por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 2 de Abril, 2014


Francesca Commisari, 36, Fotoperiodista. 
Fotografía de Roberto Mata

“A mí me agarraron. De pensarlo todavía tiemblo”.
Aunque siente que reaccionó bien cuando no tuvo más opción que entregarse, le pasó por la cabeza todo lo que sabía: represión, colectivos, detenciones, torturas, asesinatos. Todo en un segundo.
A Francesca, italiana de nacimiento, la sacaron cargada entre dos Guardias Nacionales de una maceta donde estaba escondida frente a la Torre Británica, el 28 de febrero. Una vez localizada, dispararon perdigones al piso. A medio metro de ella.
Francesca sintió los efectos de la anestesia cuando va pasando. Vio como su cuerpo temblaba, mas no lo sentía.
Puso resistencia mientras pudo. Luego soltó el bolso con su cámara. Francesca es fotógrafo.
“Si esto fuese la Cuarta República, ya estarían muertos”, le repitieron una y otra vez a todos los detenidos. Esa noche fueron cuarenta y uno.
El interrogatorio comenzó la misma noche de la detención y continuó hasta el día siguiente. Sin escala. Las mismas preguntas: ¿Quién eres? ¿Qué haces? ¿Dónde vives? ¡Deletrea tu nombre!
Ser extranjera le permitió moverse como fotógrafo con cierta tranquilidad hasta la muerte de Chávez. A partir de ese momento todo cambió. Comenzó a sentir con más rigor las limitaciones a la prensa. Sintió el bloqueo.
— ¿Qué revela tu trabajo fotográfico?
— Que hay mucha gente descontenta. Que se organizan de forma pacífica. Que hay gente menos pacífica. Que hay una respuesta fuerte por parte de las fuerzas del orden público y más aún, por las que no lo son.
Las llaves de la casa de Francesca, un lector de tarjetas, mil Bolívares, una caja nueva de Lucky Stryke y todo su equipo fotográfico, están en posesión de la GNB. Sin embargo, la cámara fue vista en venta a través de Internet.
Las 36 horas que estuvo detenida, con solo dos comidas en el estómago, la misma ropa y unas inmensas ganas de hacer fotografías de lo vivido, no salen de su cabeza. La posibilidad de deportación le fue advertida por la Cónsul de Italia.
Francesca se quiere ir de Venezuela cuando le plazca. No obligada. No deportada.

“Tenemos buenas y malas noticias. Hay libertad. No para todos”; las madres de los detenidos por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 3 de Abril, 2014



“Tenemos buenas y malas noticias. Hay libertad. No para todos”.
Los familiares de L, C, B, D, J y A fueron detenidos en medio de las protestas estudiantiles en Parque Carabobo.
“El día que mi hijo salga no le voy a cocinar el pescado que le gusta. Me lo voy a comer a besos”. Salió. C se lo comió a besos.
Los hijos de L, B y J también  salieron. Pero el hijo de D y el esposo de A, siguen estando presos.
L, C, B, D, J y A no se conocían. Ahora están unidas por algo en común: la angustia de tener a sus seres queridos detenidos desde el 12 de febrero. A partir de ese día se organizaron y solidarizaron a través de un grupo en WhatsApp al que llamaron “Familiares de estudiantes”. Desde allí mandan y reciben oraciones y peticiones; organizan desayuno, almuerzo y cena para sus familiares; cuentan avances, retrocesos y anécdotas de los días de encuentro; y coordinan visitas a una virgen que hace milagros.
Cada una de ellas, asume el lugar de la otra. Vive la ansiedad. Se sabe en tragedia. Comparte fortalezas y debilidades. Mantiene la esperanza.
Durante siete semanas, miércoles y sábados, de 3:00 a 5:00 de la tarde, ellas entraron a verlos en prisión y ellos salieron unos pocos metros a recibirlas.
Hablaron.
Se dieron fuerza. Se escucharon. Se abrazaron. Se amaron.
Y se despidieron sin voltear hacia atrás.
Todas han perdido kilos y ganado años. Cuando duermen (cuando lo logran), las pesadillas, las imágenes y la ansiedad las despiertan.
La taquicardia es el nuevo pulso cardíaco.
Han estado hablando con por lo menos un abogado al día. La fe ha ido y venido. La perseverancia sigue presente.
Las que tienen a sus hijos en casa reconocen que quedan otros privados de libertad. Por lo tanto el horario y los turnos de comidas permanecen.


L, C, B, D, J y A ahora son una especie de familia, aunque ayer sólo llegaron cuatro arepas para dos, en lugar de las doce habituales para seis.





Fuente: BLOG DE ROBERTO MATA EN PRODAVINCI

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