sábado, 14 de junio de 2014

EL MAGNICIDIO EN VENEZUELA


El magnicidio en la historia de Venezuela
Simón Alberto Consalvi 

En 200 años de historia, sólo se consumó un caso en nuestro país
En 1950 fue asesinado el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar de Gobierno. Una oscura conspiración de palacio puso fin a la vida del militar que abogaba por la celebración de elecciones y por la vuelta a la constitucionalidad, contra el criterio de Pérez Jiménez que sostenía la tesis de no dejar el poder por ninguna circunstancia 

No ha sido Venezuela tierra de magnicidios, a diferencia de otros países como Estados Unidos, donde los presidentes asesinados, Lincoln (1865), Garfield (1881), McKinley (1901), Kennedy (1963), marcaron récord, y sus muertes significaron grandes cambios en la historia. En nuestro país, algunos grandes líderes murieron de manera misteriosa o, al menos, poco explicable, aun cuando andaban en guerra, como Ezequiel Zamora y Joaquín Crespo. En las guerras, la muerte es una carta echada al azar. Algunos guerreros fueron fusilados, el general Manuel Carlos Piar, por Simón Bolívar, y el general Matías Salazar, por Antonio Guzmán Blanco. Pero estos, obviamente, no califican dentro de lo que se considera, con propiedad, magnicidios. 

Fueron, sí, expresiones de la violencia o de la guerra por el poder. 

Tampoco en la literatura política proliferan los textos sobre el magnicidio. Hasta donde mis luces (escasas) me permiten recordar, sólo Juan Germán Roscio en El triunfo de la libertad sobre el despotismo, editado en 1817 en Filadelfia, sostuvo la tesis del regicidio. 

Veamos las ideas del gran pensador de la primera República: "Repeler la fuerza con la fuerza es un derecho natural y común a todos los vivientes. A una violencia inicua debe oponer el pueblo una violencia justa para repelerla...". 

De la rebelión, El triunfo de la libertad... pasa al regicidio, al tiranicidio, y encuentra soportes abundantes en las antiguas escrituras. "Moisés que dio a los hebreos el primer ejemplo de resistencia a la potestad tiránica, a la que él mismo se hallaba subordinado, fue también el primero en allanarles la práctica del regicidio, cuando los conducía a la tierra de promisión". Luego recuerda que Josué, más radical que Moisés, "quitó la vida a 31 monarcas, que en el concepto de nuestros cortesanos eran igualmente sagrados e inviolables". 

Por ese camino, Roscio apuntaba (filosóficamente) hacia el monarca que les negaba la libertad a los americanos. Cuando cayó la ingenua República, también llamada Patria Boba, el filósofo fue castigado severamente, confinado por los españoles a un lugar del norte de África, de donde huyó para venir a continuar sus batallas al lado de Simón Bolívar, en Angostura. Pienso que Roscio fue una excepción en la historia de las ideas. 

En cuanto a magnicidios, en 200 años la historia venezolana registra sólo uno: el del teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar de Gobierno, el 13 de noviembre de 1950. 

Fue un crimen generado en la cúpula militar. Delgado Chalbaud sostenía la tesis de retornar al régimen constitucional, mediante nuevas elecciones. 

Pérez Jiménez sostenía la contraria: que una vez salidos de los cuarteles, los militares no debían regresar, sino quedarse en el poder por todo el tiempo posible. 

Esto fue lo que hizo Pérez Jiménez. Se quedó con el poder. 

Ilegalizó los partidos, persiguió, desterró, asesinó, abrió cárceles masivas. Entre los asesinados estuvo Leonardo Ruiz Pineda, y, condenado a muerte en una prisión, rindió su vida Alberto Carnevali. No fueron magnicidios porque no exhibían la "dignidad del más alto cargo de la República". Su dignidad era otra: la dignidad ciudadana. No la dignidad adjetiva. 

El 24 de junio de 1960, cuando el Presidente de la República Rómulo Betancourt se dirigía a Los Próceres para celebrar el Día del Ejército, en compañía del jefe de la Casa Militar, coronel Ramón Armas Pérez, y del ministro de Defensa, López Henríquez, y su esposa, tuvo lugar el más espantoso de los atentados. Aun cuando lo ejecutaron cómplices venezolanos, el frustrado magnicidio fue planeado y financiado por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, el protagonista de La fiesta del Chivo. Un sátrapa sin paralelo. 

Veamos cómo describe el episodio Juan Bautista Fuenmayor, en Historia de la Venezue la política contemporánea: "En aquel día, el Presidente se dirigía hacia Los Próceres, entrando por Santa Mónica, y enfiló desde la avenida Los Ilustres hacia el lugar donde lo estaban esperando las autoridades militares para cele brar el Día del Ejército. Su automóvil apenas había recorrido unos 100 metros, lugar en el cual se encontraba estacionado el vehículo donde se hallaba oculta la carga de dinamita, que allí había sido colo cada por los conspiradores terroristas de extrema derecha, cuando, de inmediato, se produjo una terrible explosión que lanzó a una altura de 80 metros la parte trasera del automóvil estacionado... 

El Cadillac en que viajaba el Pre sidente se incendió rápidamente, y fue destruido por las llamas. Los vigilantes de tránsito apostados en la esquina acudieron con rapidez al lugar de los hechos y comenzaron a sacar a los heridos. Más tarde, relataron cómo Betancourt había salido del automóvil siniestrado, por sus propios medios, completamente aturdido por la explo sión, aunque también con heridas en la cabeza y en los brazos y que maduras de relativa importancia, aunque no mortales. En cambio, el coronel Armas Pérez tenía el rostro completamente desfigurado y el cuerpo totalmente quemado. El Presidente fue conducido de inmediato al hospital de la Ciudad Universitaria para aplicarle las debidas curas. 

(...) Allí también fueron llevados el ministro de la Defensa y su esposa, los cuales recibieron heridas, aunque de menor importancia". Con el rostro quemado y las manos envueltas en gasas blancas, Rómulo Betancourt se dirigió a los venezolanos con estas palabras: "El atentado de hoy es una revelación más de que los enemigos nacionales e internacionales de la democracia venezolana no se detienen en medios y procedimientos para establecer el despotismo en este país" (...) "Nunca he ignorado los riesgos que comporta una actitud tan decidida e indeclinable como la mía, de contribuir a que en nuestro país se estabilice la democracia representativa, respetuosa de los derechos humanos; se forje una economía propia, vigorosa, y que la justicia social y la cultura alcancen a todos los venezolanos" (...) "Lo que ha sucedido no me arredrará, y seguiré siendo leal al man dato que recibiera del pueblo de Venezuela en libres elecciones". 

Betancourt reaccionó con extraordinario coraje. Su temple fue reconocido por adversarios políticos y por amigos, dentro y fuera de Venezuela. Citaré otro párrafo de Fuenmayor, uno de sus adversarios más consistentes desde los años del posgomecismo: "Realmente, la actitud de Betancourt fue de un gran coraje y lucidez mental en aquel momento terrible de su existencia, al ser agredido en forma artera por los enemigos internos y externos del sistema democrático". ¡Qué bueno para un país cuando los adversarios, como en el caso de Fuenmayor y Betancourt, anteponen la nobleza humana a las discordias y diferencias políticas! ¡Qué malo para un país cuando lo que predomina es la miseria humana del odio, del desquite y del rencor! Betancourt fue atacado en varias ocasiones en el exilio, sabía que su vida corría peligro por lo que significaba, pero nadie lo oyó andar gritando: "¡Me van a matar, me van a matar, me van a matar!". 

En suma, un solo magnicidio en 200 años de historia turbulenta. Un magnicidio tramado dentro del poder y por el poder, entre tenientes coroneles. 

Nunca, jamás, los demócratas venezolanos apelaron a estos métodos. Así está escrito. 

SIMÓN ALBERTO CONSALVI 
El Nacional 30 de septiembre de 2008



Fuente: Venezuela Real


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